Mariana Landázuri Camacho
«Locura» (detalle). Óleo sobre lienzo. 100 x 100 cm. 2014.
¿Se es pintor cuando se lo descubre en el taller después de terminar el primer cuadro? ¿Cuando se lo deja, pero se intuye que ahí hay una vocación que se quiere expresar? ¿O se necesita más bien de algún maestro que mire la obra y dé al autor el espaldarazo necesario? Seguramente la propia consciencia del artista se va empapando de su quehacer hasta que inesperadamente un día, el que primero le inquiere para que se defina a sí mismo es un técnico de reparaciones que frente al llamado de regresar a la casa donde ha visto tantos cuadros, le pregunta al dueño: «Ah, sí…, ¿usted es el pintor, verdad?» Y Freddy Coello responde: «Sí».
Aunque él mismo sea el primer sorprendido con esta respuesta espontánea, admitirlo privadamente y sin riesgos marca un pequeño hito en el camino, menos importante pero tan simbólico como estampar la firma en el cuadro terminado y certificar así que sí es el autor de esto que ahora contiene el lienzo, que le place lo que observa y que ya puede reclamar autoría sobre lo pintado.
Hay una lista de múltiples actos como los antedichos -sólo inteligibles para el protagonista y que por lo general traen una íntima satisfacción- los que van certificando al pintor que se estrena en su condición de tal. Desde adentro, el creador está inmerso en solucionar todos los problemas técnicos y creativos que plantea la pintura, en el trabajo administrativo y logístico que supone programar una exposición o en ganarse el pan cotidiano fuera de ésta como para preguntarse cómo va a definirse. Desde afuera, para el espectador que ve solamente la obra terminada colgando en una sala de exhibición, esa definición es evidente; lo están proclamando los cuadros. Lo que no sabe ese visitante es que sólo con su mirada la obra se completa y sólo así el pintor lo puede ser cabalmente.
La identidad artística de Freddy Coello se ha ido forjando desde la infancia con una considerable inclinación por las artes: teatro, música, danza, ballet, dibujo, ilustración, su misma carrera en diseño. Esa rica inmersión artística hace casi inevitable que saque ahora a la luz al pintor que llevaba dentro pero que aún no se había expresado. La confirmación más fidedigna de que esta es una vocación acertada se deja ver en la dedicación al trabajo y en ese sentirse como pez en el agua dentro del oficio.
Sin embargo ese reconocimiento sólo llega a ser significativo cuando el propio pintor está dispuesto a asumirse como tal ante el público que ahora convoca su exposición. Y eso no es poco decir. En el caso de Freddy el ámbito artístico de la pintura ha sido sagrado porque también desde la infancia vio a su padre y luego a sus hermanos mayores honrarlo. No en vano es más difícil hollar ese espacio si está precedido por figuras familiares que lo han consagrado. Ahora, seguramente también ellas se sentirían orgullosas de la pintura que aquí se expone, de la base técnica aprendida en la escuela del padre, de ese gusto por apreciar de cerca y largamente la obra de los maestros, de un dibujo nítido y un trabajo detallista.
El mismo tema femenino como personaje casi exclusivo de esta primera exposición sigue mostrando una evidente influencia paterna. El universo femenino parece coparlo todo aquí y no solamente en la pintura: las modelos, las productoras, la directora del centro artístico, las profesionales a las que nos pide colaborar para este catálogo, las mujeres en el ámbito doméstico cuyo apoyo siempre se destaca. Todas somos mujeres. Como en los cuadros, hay alguna presencia masculina en el montaje museográfico, pero lo que se explora es la capacidad femenina de representar una emoción.
Esa exploración de 24 emociones humanas le ha dado al pintor amplio espacio para indagarlas en sí mismo. Las representaciones son propuestas hechas por el mismo pintor a una modelo –actriz o no- desde el concepto que Freddy ha creado sobre cada emoción. Su propio ojo para encontrar a las modelos que mejor pudieran representarla ha sido el primer tamiz sobre el que descansa la obra. En la muestra no hay mujeres que se salgan del fenotipo mestizo ecuatoriano –ni negras ni indígenas- y todas parecen pertenecer al mismo ámbito de acción del pintor.
Se agradece que las propuestas no hayan caído en el lugar común con el que primero se puede asociar a cada una de las emociones ni que tampoco arrastren al visitante de la galería hacia una vorágine de sentimientos que le deje exhausto, deprimido o asustado.
Esta navegación no sufridora por una gama de emociones humanas no nos exime como espectadores de armar la historia completa con los detalles de contexto que rodean a la figura pintada: los colores, la escena en la que se desarrolla el cuadro, el ambiente que irradia, los detalles en torno al personaje o que ellas visten. Como al pintor, a nosotros también nos exige mucha observación y sensibilidad, tal como lo hace todo arte que se ha tomado a sí mismo en serio.
Retratar una emoción es acordar una larga entrevista con él, tanto en el pintor como en las modelos. Sea que ellas estén rememorando algo que vivieron, sea que tengan la capacidad actoral para meterse en un personaje, la búsqueda las catapultó hacia adentro, en un viaje para entender en sí mismas el lugar que tiene la emoción propuesta, y quizás también para encontrar el sentido que cada quien necesita darse en esa búsqueda. Y luego, el trabajo en el caballete atestiguó el diálogo del pintor con cada particular emoción, en un proceso cuasi terapéutico que parece posible justamente porque está proyectado hacia alguien más.
Para esas largas jornadas es probable que haya ayudado estar acompañado de la foto de mujeres atractivas, que posan en la flor de su vida y con las que hay una relación fluida. Tampoco el pintor quería sufrir con las emociones, sino trabajarlas. Y ahí encuentra Freddy que al empezar a pintar cualquiera de ellas, empiezan a brotar otras emociones que están también presentes, como si fuese una serie de emociones estratificadas que le dan sentido completo al cuadro. O se da cuenta también de que los límites entre las emociones son laxos y muchas veces se conectan unas con otras. Se entiende entonces el título de Laberintos dado a esta primera exposición.
Obra a favor de Freddy que tenga herramientas actorales para saber explorar las emociones, vivirlas internamente y luego poder salir de ellas a voluntad, como hace el actor respecto del personaje, como hace el pie respecto del calzado. Tal vez la ganancia de todo este proceso para él sea no sólo respetar y entender las distintas facetas de la personalidad humana, sino buscar y encontrar las emociones con las que más a gusto se siente. Y quizás los visitantes de la galería quieran aceptar también la invitación a reflexionar sobre esta personal manera de representar las emociones y a preguntarse sobre las suyas propias.
Lejos de otro lugar común sobre el artista, este trabajo es disciplinado, constante, riguroso y organizado. La decisión de Freddy de asumirse como pintor parece tomada sin mostrar ni duda ni arrogancia, sin el padecimiento que a veces parece tan nuestro, y más bien con la decisión de una certeza que se tenía adentro y a la que le llegó su hora. Si hay conflicto, no lo muestra; lo que queremos ver es la pintura. Se diría que es el tiempo de la mayoría de edad.
Admira en el nuevo pintor que sea capaz de sostener todo su proyecto: desde la concepción de la idea hasta la propuesta museográfica. Sabe de plazos y no se duerme, convoca a todos los que corresponde, pide las experticias requeridas, nutre la exposición con valiosos elementos complementarios: un texto literario que acompañe a cada cuadro, una obra teatral de la que también él es parte, un catálogo que él mismo diseña. Si no hay artista sin entrega completa, lo que aquí se añade es el dominio sobre la totalidad de su universo. Tiene experiencia en lo práctico y se mueve allí con fluidez y sin aspavientos.
Tal vez sólo a los artistas de renombre les abran las galerías sin haber visto previamente la obra, pero a Freddy así le ha sucedido con su primera exposición, y quizás ello indique que los demás también perciben la cepa que está aquí encerrada.
¡Adelante, pintor!